Esquinas y esquinas en una rotonda sin aire.
El vaho del hombre que ya no puede sentir,
la mirada cómplice del perro.
Ya no vuelan las gaviotas. Ya no brillan mis uñas.
Mi sonrisa empieza a parecer una simple mueca,
esquinas y esquinas en una rotonda sin aire.
Puedo mover mis brazos, mis huesos.
Puedo alzar la vista y dejarme caer al vacío.
Mas siento la sangre correr por mis venas
sin dirección alguna,
como si, de pronto, ésta se hubiera decidido
a abandonarme.
Quintí Casals
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