Me dijiste que aprenderías catalán,
que te encantaría escuchar mi acento en holandés.
Me dijiste que me enseñarías el centro de Francia,
que era un hombre de mundo y, como tal,
tenía que conocer hasta donde llegaba mi origen.
Y tropezaste por aquí, en el nido de mis miserias,
desabrochando toda la luz que le quedaba a mi piel.
Y caíste, color naranja tal como tú eras,
en la buhardilla del recuerdo que se abre, estúpido.
Mas dijiste, también, que amabas cada uno de mis átomos,
que quisiste venir a saber qué era de mí, que quisiste conocer
cuándo, cuánto y porque era de mí.
Se rompe una ola en nuestro corazón.
Todo está bien, todo está mal.
Nos hundimos en la arena del espacio-tiempo sin igual.
Hablaste de tus abuelos, de tus padres;
vimos que tan diferentes no eramos,
supimos que tan largo no es el palo, que tan corta no es la vida.
Y viste los almendros florecer, a mi tío tirarse pedos
y nos prendimos en el fuego de lo que ya no prende
y nos prendimos en el fuego de la ocurrencia singular, fugaz.
Se rompe una ola en nuestro corazón.
Quiero amanecer encongido a tu lado.
Me prometiste volver al punto de salida, al peligroso rincón de la caricia.
Muero en cada una de las palabras que declaras a los planetas.
Leo tu último mensaje en Facebook y recuerdo que estás lejos.
Quintí Casals
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